Tuesday, November 04, 2014

La tórtola que arrulla


Osvaldo Lamborghini
 
Cuando Germán García lo leyó, encontró afinidades y búsquedas comunes. Sintió la necesidad de hablar con él y le escribió una carta. Antes de enviársela, le comentó a sus amigos y seguidores su entusiasmo por lo que escribía “ese joven filósofo catalán”, cuyos libros habían empezado a llegar a Buenos Aires. Era el año 74. No faltaba mucho para que se instalase el terror en el país, pero en unos pocos metros de la calle Corrientes el mundo intelectual aún podía discurrir con brillantez y libertad. García era uno de sus timoneles. Cuando se disponía a enviar la carta (había transcurrido un par de semanas), se le presentó de repente en su mesa de La Paz, el mismísimo destinatario: Eugenio Trías en persona. Y comenzó la amistad.
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Recuerdo que en una conversación publicada por Confines (No. 14), en el 2004, Germán García, para no dramatizar el tema de las universidades y su capital curricular, optó por la comedia y dijo: 

Vos no decís "acá tenemos un pensador, vamos a llevarlo a la universidad". Decís: "acá tenemos un universitario, hagámoslo pasar por pensador".
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Ya en su libro sobre Masotta y el psicoanális del castellano (1980), García se había referido a las “paradojas de las apologías argentinas”. Una: reconocer en todas partes a quien se piensa no reconocido en el lugar que aparentemente corresponde. Cita el caso de mi querido Pichon-Rivière, en contraposición al de Ingenieros: 

José Ingenieros fue sacrificado al triunfo del discurso universitario; la consumación de Pichon-Rivière se realiza en nombre de la crisis de ese mismo discurso.
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Una atractiva semblanza del autor de Nanina: 

Callejeaba como Sócrates e impartía sus lecciones a través de sus habituales recorridos por los bares de Corrientes, donde siempre se le podía encontrar en pleno día, o entre las librerías cercanas, rodeado de amigos, conocidos, alumnos, curiosos y advenedizos (…). Tenía una inteligencia hiriente y malévola que sabía sacar los colores a la cultura oficial, razón por la cual gozaba de particular inquina entre el establishment psicoanalítico e intelectual. No se le quería en ‘Villa Freud’ (…). No se le quería tampoco en los ambientes marxistas, o freudiano-marxistas, que entonces abundaban, pues se dedicaba con especial encono a desmantelar todas las mentiras y falacias sobre las que estaba construida la ‘cultura progresista’ de la época; la que entonces pasaba por cultura oficial de la izquierda 

Es Eugenio Trías quien habla. Lo hace en sus memorias (El árbol de la vida).
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Ahora leo Cancha rayada y la disfruto. Para iniciar la conversación con una amiga, a un personaje de la novela no se le ocurre otra cosa que recitar una tabla del Escolar que se aprendió de memoria. La tabla enumeraba los gritos de los animales. “Escuchá, querida”, le dice. Y se larga: 

La oveja bala, la abeja zumba, el águila trompetea. Antílope bala, armiño chilla, asno rebuzna, avispa también zumba, becerro berrea, búho ronca y ayea, caballo relincha y bufa, cabra bala, camello gruñe y ruge, canario trina y gorjea, cerdo gruñe y regruñe, ciervo que bala y brama, cigüeña crotora, cisne grazna, cocodrilo que gime y ruge, codorniz que crotora también, conejo chilla, el cuervo granza y crascita, el elefante barrita, foca que ladra y muge, gallina que cacarea, ganso que grazna, gato que maúlla y mía –la apreté y se rió-, un gavilán chilla y una golondrina chirría mientras una grulla grulle y la hiena aúlla seguida del jabalí que rebudia y un lagarto que silba (la tenía, la sentía). Un león ruge mientras la liebre chilla seguida de un lobo que aúlla y ulula, mientras el mono chilla y castañea cerca de un loro que vocea y chilla (la besé). 

Una paloma arrulla y zurea mirando a la pantera que himpla, escuchando al pato que parpa, la perdiz que cuchichía y ajea, el perro que aúlla y ladra, el puerco espín que gruñe, el puma que ruge, la rana que croa, la rata que chilla, el rinoceronte que chilla y barrita, el ruiseñor que trina, la serpiente que silba, el tigre que brama, la tórtola que arrulla, la vaca que muge, el zorro que ladra como un perro y un toro que brama, bufa y muge. 

Qué concierto –dice. La paloma sos vos digo, pero igual me saca la mano del escote y no tengo más repertorio.  

(Cancha rayada,1969)
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Me imagino una tarde en La Paz. Tres en la mesa. Oficia el psicoanalista. Es Germán García. Oye atento el filósofo, quien todavía no es el autor de La edad del espíritu, pero va en camino. De pronto, el poeta interrumpe para saludar a alguien que llega. Es Oscar Masotta. Masotta dice a viva voz:  

Osvaldo Lamborghini, el mejor poeta argentino existente.

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