A los venezolanos siempre nos agrada recordar
que en su país la llaman “La Doña”, por Doña Bárbara, el personaje de Rómulo
Gallegos que ella, soberbia y bella, encarnó para la inmortalidad.
Octavio Paz, su paisano y contemporáneo,
escribió:
“María
Félix nació dos veces: sus padres la engendraron y ella, después, se inventó a
sí misma. Muchas mujeres nacen hermosas y otras, a fuerza de cuidados y
afeites, se fabrican una belleza; únicamente las actrices (y no todas: unas
cuantas) transforman su físico en una imagen, compuesto indefinible entre lo
real y lo irreal, lo sensible y lo ficticio (…) La María Félix que conozco y
con la que a veces converso no es la misma, aunque no sea menos verdadera, que
la otra. La María-imagen no es irreal: habita otra realidad.
(…)
El mito de
María Félix… no es enteramente imaginario, como casi todos los del pasado, sino
que es la proyección de una mujer real. Nació ante nuestros ojos y nació como
un relámpago que desgarra las sombras. Fue y es un desafío ante muchas
convenciones y prejuicios tradicionales. No es extraño que haya provocado
irritaciones, despecho, calumnias. La envidia es una forma invertida de la
admiración. María Félix es una mujer muy mujer que ha tenido la osadía de no
ajustarse a la idea que se han hecho los machos de la mujer. Es libre como el
viento; dispersa o congrega a las nubes, las parte o las ilumina con una
centella, con una mirada. Su magnetismo se concentra en sus ojos,
alternativamente serenos y tempestuosos: atraen y fulminan”.
(OCTAVIO PAZ, 1992)
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Como todos recuerdan, José Alfredo Jiménez se
cansó de rogarle, se cansó de decirle:
“Que yo sin ella de pena muero”.
“Ella” cumple cien años y no los representa.
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